Thursday, December 23, 2004

El hombre que sòlo tenìa media cara

En los dìas del gran Êxodo,cuando los hijos de Israel atravesaban los desiertos entre Egipto y Canaàn escapando de los despiadados ejèrcitos de Faraón,habìa entre los errantes un hombre llamado Ajab.
Ajab era un tipo muy peculiar: rehusaba hablar la lengua de su pueblo, pero conversaba con sus vecinos de tienda, su joven hijo e incluso con los ancianos en el idioma de Egipto.
Era de naturaleza impaciente, descontento y lleno de quejas. Para si mismo decìase, “¿Què estoy haciendo aquì, entre estos esclavos fugitivos, toscos y harapientos que corren tras ese lunàtico de Moisés como un rebaño de ovejas?”.
A decir verdad no sòlo Ajab anhelaba volver a probar de las marmitas de Egipto;
muchos parecìan haber olvidado que entonces su alimento no lo recibìan en la libertad de sus propios hogares sino en los establos de los esclavos.
Ajab tenìa una queja en particular. Èl habìa sido un oficial del ejèrcito de Faraón encargado de los esclavos conductores de carros. Portaba un sello sobre una banda de metal que usaba sobre su antebrazo derecho, el que nunca se quitò durante todos los años de travesía con su parentela.
Una tarde en que se encontraba sentado delante de su tienda cavilando, le dijo a su hijo: “Nosotros no pertenecemos aquì,hijo mìo. No somos como ellos. No tenemos nada en comùn con los hijos de Jacob. Nosotros somos egipcios”. De esta manera le hablaba a su hijo en lo profundo de la noche.
Temprano en la mañana Ajab acompañado de su hijo se presentò ante los ancianos y les dijo: “En una hora me irè. Regreso a Mitzraim. Dejarè de ser un animal fugitivo como ustedes. Volverè a ser un hombre”.
En vano los ancianos trataron de disuadirlo apelando a su sentido del deber hacia los miembros de su tribu y a Israel. Finalmente uno de ellos exasperado le dijo a Ajab:
“Si retornas a ellos ,te repudiaràn. Si compartes sus tiendas , te señalaràn y te echaràn fuera. Si pretendes sus privilegios, te desdeñaràn. Y en los momentos de peligro, te dejaràn solo”. “Nunca podràs ser como ellos, porque no lo eres. Entre tù y ellos han fluìdo rìos de sangre derramadas por tu pueblo bajo el peso de sus espadas.No puedes escapar de ti mismo y salvar tu faz. Estando con ellos sòlo podràs vivir con media cara”.
A la mañana siguiente la tienda de Ajab estaba vacìa. Junto a su hijo habìa iniciado su marcha hacia el paìs del Nilo. Juntos viajaron muchos dìas,hasta que una tarde arribaron a las màrgenes de la tierra de las pirámides.Cuando Ajab y su hijo pusieron pie en el suelo egipcio tuvieron que vèrselas con la guardia militar, “ Yo soy Ajab, un egipcio, y estoy retornando a mi hogar, les dijo”.
Tan pronto hubo enunciado estas palabras los guardias comenzaron a chillar, dejaron caer sus armas y se perdieron aterrorizados huyendo hacia el desierto. El hijo de Ajab cayò de hinojos sollozando amargamente. Pues Ajab ahora sòlo tenìa media cara, media nariz, la mitad de sus labios, media barbilla , sòlo una oreja y un ojo.
Ajab se diò cuenta que la advertencia de los ancianos se habìa convertido en su maldición. Dejò a su hijo en el camino e iniciò su trayecto solo hacia el Nilo.Allì, en la ribera del rìo encontrò una caleta aislada en donde se construyò una cabaña de barro.Fabricò redes y trampas para coger peces y criaturas de la orilla,las que vendìa en la aldea vecina. Ellos le dejaban la paga en las rocas en donde èl depositaba su pesca ya que los aldeanos no se atrevìan a echar una mirada sobre su media cara.
Asì pasaron los años; Ajab se hizo viejo, la amargura se adueño de su corazòn y la soledad pesaba densamente sobre su alma.Sin embargo, aùn seguìa portando sobre su antebrazo los sellos del Faraón.
Una tarde, mientras se hallaba sentado junto a la ribera del rìo mirando hacia la lejanìa donde la luna parecìa tocar las aguas y las estrellas se percibìan tan cercanas que parecìan poder tocarse, la tristeza de Ajab se hizo màs fuerte; pensaba que su corazòn explotarìa de un momento a otro.Como en un sueño entrò a su tienda, cogiò algunas ropas de mujer que habìa guardado en un arcòn, envolviò el lino en su cabeza y cubriò su faz ,tal como lo hacen las mujeres cuando van al mercado.
Caminò muchos kilómetros hasta que arribò a la ciudad de Tebas,donde residìa el Faraón. Ya era casi de mañana cuando se viò frente a las murallas del palacio.Cerca del portòn principal notò un tumulto, los guardias del Faraón estaban arrastrando a un hombre ensangrentado hacia los portones . Ajab reconociò a este hombre como un judìo por la forma de su barba y su estilo de vestiduras. Con un sùbito impulso, corriò a travès de la explanada agitando su bastòn; pero antes de que pudiera golpear a alguno de los soldados uno de ellos disparò su lanza contra su pecho.Al momento de caer, el lino que cubrìa su rostro se desarmò ,dejàndolo expuesto. Asì quedò en el suelo yaciendo agònico.
Cuando el capitàn de la guardia se inclinò sobre el moribundo, Ajab le mirò y murmurò, “Hijo mìo, hijo mìo”.
El capitàn reconociò el sello de metal en el brazo de Ajab y miràndole el rostro sollozante le gritò: “¡Tù tienes nuevamente toda tu cara , padre mìo!”.
“Hijo- le dijo Ajab- la carne es dèbil y el espìritu es como el viento. Llèvame a la tierra de mi gente, para que mi alma pueda volver a encontrar la paz. Desearìa haber podido grabar en mi corazòn las palabras del príncipe Moisés ‘Y amaràs a tu D’s con todo tu corazòn y con toda tu alma y con todas tus fuerzas’.Y desearìa haber podido grabar en mi frente las otras palabras:’Yo soy el Señor, Tu D’s que te sacò de Egipto fuera de la tierra de servidumbre’”.
Asì muriò Ajab. Su hijo cambiò sus vestimentas y se preparò para tomar el camino a Canaàn. Embalsamò el cuerpo de su padre, como era la costumbre antigua, y lo puso en el lomo de su asno. Tomò dos trozos de corteza en las que grabò las ùltimas palabras de su padre moribundo y ciñò una con lazos de cuero al brazo izquierdo del cadáver, cerca de su corazòn y la otra, a su frente. Êl les llamò tefillin que significa en lengua egipcia” oraciones” o “canciones divinas”.A medida que se arrodillaba junto al cuerpo de su padre trataba de recordar las plegarias del anciano pero lo ùnico que venìa a su mente eran las palabras del servicio de los muertos: Yisgadal Veyiskadash…
Pasò que el hijo de Ajab logrò reunirse con su pueblo en Canaàn. El principe Moisés hacìa tiempo habìa fallecido pero Josué se conmoviò profundamente al conocer la historia de la vida de Ajab. Asì fuè como mandò un mensaje a todas las tribus y a sus ancianos:
“ La historia de Ajab es la historia de Israel. Que cada hijo, cada padre, cada anciano- cada sacerdote y juez y soldado- ate una corteza con las palabras del señor hacia su corazòn y en su frente, tal como lo hizo Ajab. Y que cada uno recite estas plegarias cada mañana bajo el peso de esta advertencia. Y frente a cada hombre que muera , que su hijo estè frente a su tumba o en la tienda de oraciòn y al amanecer recite ,por once meses y un dìa , las bendiciones del hijo de Ajab: Yisgadal Veyiskadash…”.
Asì se hizo, y se sigue haciendo hasta nuestros dìas .Y se seguirà haciendo por todo el tiempo por venir.

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